Perderse puede tener su encanto. No siempre podemos controlar lo que va a dejarnos a la deriva. Y mientras te quedas en el porche mirando la vida que estás a punto de dejar atrás, tienes que aceptar que se ha ido, se ha perdido igual que tú. Lo único que puedes hacer es quedarte quieto, respirar hondo y aceptar el rumbo hacia el que te llevará el viento… (Anatomía de Grey)

Y el día llegó, ese con el que habíamos soñado infinidad de veces, tanto que no fui consciente realmente de ello hasta pasar justo por delante del Ministerio de Sanidad el día antes de mi elección de plaza. Apenas faltaban 24 horas y fueron eternas; el tiempo parecía no correr y la emoción y ansiedad poco a poco se iban apoderando de mí. Controlaba el tiempo entre fotografías en la capital hasta que llegaba el momento del final de turno, donde actualizaba las plazas vacantes y mi eterna lista, que nunca pensé que me sería de tanta ayuda…
Mi llamamiento estaba estimado para ese viernes a las 15:00 en la calle lateral del Ministerio y de cuyos alrededores brotaba la gente como una marabunta, todos hacia el mismo sitio y con las mismas caras: unos reían de forma nerviosa, otros se movían de un lado a otro de la calle o saludaban a algún compañero que debía entrar en el mismo turno a escoger su plaza. Eran caras de nervios y expectación ante lo desconocido. La hora se acercaba y seguías a la multitud, porque tú podías equivocarte, pero seguro que 350 personas no, así que decidí seguirlos… Me despedí de mis familiares en la puerta entonando un «¡a por ella!». De mi lista original aún me quedaban 3 plazas de mi primera opción, 1 plaza de mi 3ª opción, otra de mi 6ª opción y mi 7ª, 8ª y 9ª opción también estaban intactas… No tenía mal número y sinceramente, sin que suene altivo, habiendo visto cómo iban discurriendo las asignaciones de la especialidad deseada, entré convencida de que podría llevarme mi primera opción.
Tras encontrar a algunas personas conocidas, empezó a sonar la megafonía, donde nos explicaban cómo debíamos acceder a la sala. Tras 3 controles con su escaneo correspondiente de las pertenencias, accedí y me senté en el lugar asignado, con el tocho de hojas donde se reflejaban las plazas aún disponibles de las distintas especialidades. Para hacer tiempo y no ponerme más nerviosa de lo que estaba, me dispuse a marcar mis opciones, pasar papeles una y otra vez me relajaba. Ya no era como aquellos exámenes de facultad en los que repasabas tus puntos flacos justo al entrar al aula, ahora sólo me quedaba subir al estrado con la suerte de que los demás no quisieran mi especialidad y sitio, ahora no dependía de mí únicamente…
Tras la explicación de cómo debíamos proceder a la asignación, por fin la lista comenzó a correr. Era consciente de que hasta llegar a mi número debía ver pasar y oír los deseos de 109 personas antes que yo, y la verdad es que daba respeto. Intenté mantener la calma y cada vez que oía una plaza de lo mío, temblaba… Una no sabe si los planetas se alinean o son cosas del destino, pero la mala suerte estuvo jugando conmigo un buen rato a partir de entonces: me quitaron la plaza de mi 3ª opción en lista, después mi 6ª y dos plazas de mi 1ª opción.
Sentía mucho calor, temblaba y la tensión estaba segura que me había subido en cuestión de minutos. Me quedaban 12 puestos y una sola plaza de mi especialidad y en el sitio que quería… Entonces oí mi llamamiento, cerraba la tanda de 10 personas en el estrado con un número acabado en 60. Sólo pedía por favor que no me pisaran lo mío. Subí entonces, y a la cola de compañeros, preguté a las funcionarias del comienzo de la mesa la disponibilidad de plazas justo en el sitio de mi primera opción por asegurarme de que con los nervios, no se me hubiera pasado ninguna. Nunca se me olvidará la cara de horror de esa señora cuando me miró y me dijo: «Acaban de preguntarme por ella en esta tanda… Ten a mano tu 2ª opción. Suerte». En efecto sólo quedaba una plaza en dicho lugar y sus palabas habían resonado en mi cabeza sin podérmelo creer… Le di las gracias pero mi cara seguro que no reflejaba la misma alegría con la que se lo había preguntado.
«¿Cómo podía ser? ¡¡No tengo 2ª opción, me acaban de pisar todo hasta mi 7ª!! ¿Le habrán preguntado por otra plaza en el mismo hospital y es una confusión?»-pensé, bastante ilusa por mi parte.
Entonces ocurrió, la mayor desgracia que puede tener un opositor MIR con un número de orden más que aceptable: que le quiten la especialidad y en el sitio deseado, justo la persona cuyo número terminaba en 55 (5 puestos antes del mío). Entonces mi mundo se derrumbó: disponía de apenas unos minutos (exactamente fueron 3 minutos) para decidir dónde quería ir. «¿¿Qué hago??, ¿dónde voy? y ahora ¿qué?»- fueron mis 3 primeros pensamientos. Ya no oía la megafonía, ni lo que cogían los compañeros delante, temblaba y me costaba mantenerme en pie… Debía ser el día más feliz de mi vida y lo estaba viviendo como mi mayor pesadilla después de un duro trabajo de 2 años de MIR. No me lo creía, me sentía desnuda delante de 140 personas que aún estaban sentadas en aquellos sillones azules…
Traté de hacerme el mapa mental que tantas veces había retocado, visualicé qué sitios me habían quitado y cuáles me quedaban, los hospitales a los que no quería ir, barajé las conexiones de las distintas ciudades y sobre todo, intenté verme viviendo en cada una de ellas. Es un camino para 4 años y casí tenía que tomarlo a la ligera, justo lo que quería evitar. Entonces caí en la cuenta de que con los nervios y las prisas al levantarme de mi asiento, llevaba en mi mano izquierda la definitiva lista hecha el día previo en una pequeña hoja de libreta. La abrí, visualicé que ahí seguía mi primera opción (el estómago se me revolvió, me la acababan de quitar y no había tenido tiempo de tacharla) y bajo ella, 5 sitios más tachados con bolígrafo rojo, que tampoco estaban a mi alcance en esos momentos. Bajé la vista y la siguiente línea con una plaza disponible rezaba así: «7. H. Universitario Dr. Peset (Valencia)».
Entonces suspiré… Pensé que por algo habría hecho la lista así en su momento, que la gente me había hablado bien del hospital y que Valencia es una ciudad grande con facilidades a mi alcance y todo un señor hospital de referencia, La Fe, de forma que si faltaba algo en el mío siempre se puede echar mano «del grande». Me gustó la idea, creí que era una de las mejores opciones de las que disponía, aunque no conocía personalmente el hospital y eso hacía aumentar mi temor a equivocarme, como todo lo que nos resulta desconocido…
Entonces me llegó el turno… Saludé a los dos señores de la mesa de forma entrecortada y temerosa y me preguntaron que cuál era la especialidad deseada. Tenía tan interiorizado lo que quería que de mi boca salió «Obstetricia y Ginecología» de una forma tan automática y con una voz tan contundente que yo misma me sorprendí porque pensé que me trabaría al decirlo. La siguiente pregunta, era ya de nota…»¿DÓNDE?»- preguntaron al unísono… Entonces volví a suspirar, por segunda vez en menos de 10 metros, y dije: «Hospital Doctor Peset de Valencia»… Comprobé mis datos, que todo estuviera correcto y oí mi asignación por megafonía, apreté el botón de enter en el ordenador y se oyó esa coletilla que impone el mayor respeto de tu vida y con la que te sientes realmente con la responsabilidad de un médico: «ASIGNADA»…
Subí las escaleras hacia la salida, flotando y con una doble sensación: satisfacción y orgullo por haber logrado mi especialidad soñada, por la que tanto había luchado; e incertidumbre, pues me embarcaba en un viaje a lo desconocido,un nuevo hospital que no conocía, en una nueva ciudad y a más de 700 km de casa. Recogí mi papel de asignación y lo guardé para no perderlo. Lo que ocurrió a la salida, es común a todos: abrazos, besos, llantos, gritos, familiares, amigos… Fuera todo es la alegría que falta dentro.
Ha pasado casi una semana de aquel momento, más calmada y asimilando el cambio, pero con incertidumbre aún hasta que próximamente visite el que será mi sitio los próximos 4 años. Ganas no faltan, de aprender y estar metida hasta arriba en la especialidad, conocer nuevas personas, compañeros que casi llegarán a ser familia después de todo. Ganas de comenzar una nueva vida, por qué no, aunque las decisiones se tomen de forma apresurada no tienen por qué ser malas, sólo diferentes. Siempre decimos eso de «esto no entraba en mis planes», pero soy de las que creo que una parte de tu vida NO es la que entra en ningún plan, sino más bien al contrario: es un nuevo plan el que acaba de entrar en tu vida. Los cambios dan respeto, asustan al principio y el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos quienes las jugamos a fin de cuentas.
Después de mucho papeleo estos días y la cabeza como una olla a presión, puedo decir eso de «Soy Residente de Obstetricia y Ginecología.» Gracias a todos y cada uno de los que habéis estado a mi lado todo este tiempo…
Si algo he aprendido de mi experiencia de elección (siempre se saca algo de toda vivencia) es que un buen número nunca es suficiente. Así que a ti, lector que te encuentres iniciando el camino del MIR, animarte a que sigas, que se puede y se consigue (he aquí un ejemplo), pero nunca te relajes. Hay que poner todo de nuestra parte de modo que lo bueno sea mejor, y lo mejor, excelente…¡Ánimo!
Vale más tener cicatriz por valiente que piel intacta por cobarde…